El balance de la primera semana del gobierno del Presidente Donald Trump es que hay una crisis como nunca antes vista en tan poco tiempo de la gestión de un ejecutivo federal en los Estados Unidos de América (EUA). A una semana de tomar protesta del cargo, Trump ha hecho todo lo posible por mantener descontento a su pueblo; artistas, deportistas, políticos, académicos, políticos, líderes de opinión, han expresado públicamente su vergüenza por las decisiones que ha tomado, particularmente por las medidas en materia migratoria y su relación bilateral con México, al confirmar su intención de construir un muro entre ambas naciones.
Aunque se asuma fuerte y firme, la realidad es que a Trump se le acabó la luna de miel porque es poco probable mantener la unidad nacional como lo planteó en su discurso inaugural, en el marco de un clima social alterado por la profunda división interna que él mismo ha creado. En este sentido, es pertinente preguntarnos ¿cómo podrá fortalecer la patria cuando la mantiene dividida? Es una pregunta que debería hacerse el Presidente estadounidense, que hace siglos se hizo también Maquiavelo cuando escribió que un Príncipe (o Jefe de Estado) necesita siempre del aprecio, la estima o el favor popular para poder adquirir, mantener o no perder el poder político. En su época, en una Italia convulsionada y fraccionada, entendió como lo hicieron los romanos, el significado de opinión pública como la buena o la mala imagen que los demás tienen de uno. Y es contundente cuando analiza la importancia de contar con el respaldo popular para el ejercicio del poder político: El Príncipe debe aparecer ante los demás con la mejor imagen posible, procurando conservar y mantener el Estado; los medios que emplee serán siempre considerados honrosos y alabados por todos; porque el vulgo se deja siempre coger por las apariencias y por el acierto de la cosa (Maquiavelo: 2006).
Un gran número de personas se manifiesta constantemente en aeropuertos, en las calles, afuera de la Casa Blanca y parece que no van a parar, mientras el Presidente siga tomando decisiones como un autócrata y no un demócrata. EUA es un país convulsionado porque Trump ha logrado encender la protesta social, generando una crisis política interna y externa en un tiempo récord. Y lo ha hecho haciendo uso de redes sociales para gobernar, al margen de la diplomacia que requiere un Jefe de Estado para el ejercicio del poder, en este caso, del país considerado como un modelo democrático para el mundo.
En esta coyuntura, las fuerzas del verdadero poder se están planteando ¿qué van a hacer por los próximos cuatro años? Porque estas circunstancias sin duda complicarán la gobernabilidad para este y el siguiente periodo presidencial. Es urgente que se defina un contrapeso a esta forma de gobernar, analizando las consecuencias que tendrá para EUA un estilo autocrático.
Mientras tanto en México, el Presidente Enrique Peña Nieto respira de su máximo histórico de desaprobación de la gestión porque goza hoy de la solidaridad y apoyo de la opinión pública nacional e internacional frente a la amenaza de Trump de que los mexicanos pagarán por el muro fronterizo. Sin embargo, el mandatario debe asumir que Trump no quiere ni va a negociar con México, al menos en el corto plazo; está claro por la forma en que comunicó su decisión de construir el muro entre México y EUA. No se puede negociar si no hay la voluntad política del otro lado. Eso México lo debe entender. Trump no negocia porque su liderazgo se basa en un unilateralismo a ultranza, él impone y define sin necesidad de consultar o escuchar a la otra parte. Su proyecto EUA para los estadounidenses es contundente, honesto y claro; su visión de Estado es profundamente nacionalista y proteccionista. México deberá definir también cuál será su política de Estado en la relación con su vecino del norte.